Fotos | Photos by Katja Torres
Hace más de una década, mi padre se fue de Puerto Rico a progresar o a sufrir, como se entienda. Mucho antes que él, su hermano, al que solo he visto en contadas ocasiones, también se mudó a Florida. Allá, crecieron sus hijos, primos con quienes apenas he compartido unos días, de todos los que suman una vida. Hace meses, otra prima, recién graduada de Leyes, partió a Kentucky. Para la alegría de tití, volvió durante la época navideña, y se habrá regresado a su nuevo hogar con la promesa de volver pronto. Admito que también yo me despedí de estas costas, aunque solo haya sido por una temporada.
Directa o indirectamente, la migración ha dejado su huella en varias generaciones de puertorriqueñas y puertorriqueños. Con sus debidas actualizaciones, La carreta, el drama nacional, sigue vigente en el devenir de esta eterna nave al garete que llamamos casa. No obstante, las circunstancias actuales, tanto a nivel nacional como global, exigen revisar nuestra percepción sobre la diáspora y sus vínculos con la isla, los flujos migratorios, las identidades transnacionales e, incluso, repensar nuestra incierta estadía en una isla que se vacía y que cada vez nos pertenece menos. Precisamente, algunas de estas cuestiones las subrayan los artistas incluidos en Ida y vuelta: Experiencias de la migración en el arte puertorriqueño, presentándose hasta este Domingo 4 de Febrero, 2018 en el Museo de Historia, Arte y Antropología de la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras.
En clave autoficcional, los 18 artistas que componen la colectiva exploran con honestidad y maña las diversas caras, ramificaciones y consecuencias del fenómeno migratorio puertorriqueño. Ida y vuelta, que incluye trabajos en diversos medios (fotografía, instalación, video, grabado, entre otros) fue curada por la profesora e historiadora del arte Laura Bravo, y forma parte de una investigación que indaga sobre la manera en que los artistas puertorriqueños abordan, a través de sus prácticas artísticas, la realidad de la migración. Además, el proyecto incluye un catálogo con ensayos sobre el tema y análisis de las obras en cuestión, así como entrevistas a los artistas y otras figuras del campo de la cultura, algunas de las cuales pueden disfrutarse hacia el final del recorrido.
Asimismo, la exhibición cuenta, a modo de preludio, con una muestra de la fotografía del artista puertorriqueño Máximo Colón. Su colección de fotogramas, orientada frente a El velorio de Francisco Oller, es testimonio de la pervivencia de la cultura puertorriqueña en el contexto neoyorquino de la década de los setenta. El contraste de las 26 fotografías con la pintura de Oller —pieza inmovible de la galería del museo— no es solo de naturaleza formal, sino que propicia una reflexión implícita sobre la cultura boricua desde distintos contextos espaciotemporales, en tensión con el entorno inmediato y las circunstancias personales del visitante. Aunque Oller también vivió en carne propia la migración, su país, lejos del Nueva York de la diáspora o de la isla que hoy nos pesa, era otro. La contraposición entre las distintas maneras de experimentar la migración, evocada desde el inicio por el choque entre Oller y Colón, sitúa las coordenadas críticas de la muestra, y apunta a cómo el reciente éxodo ha informado el rumbo de nuestras vidas y de todo un país.
Bajo el paraguas de la migración, Ida y vuelta formula varias líneas temáticas que permiten apreciar las obras desde enfoques específicos. El discurso de la exposición se organiza alrededor de cinco ejes principales: el riesgo y lo azaroso de migrar; las relaciones entre política, economía y sociedad; los intersticios entre el espacio físico y el recordado; el tránsito; y las identidades que surgen a raíz de los procesos migratorios. Dichas categorías ayudan a estructurar una exhibición de corte didáctico que dirige, sin constreñir, la atención de los espectadores sobre ciertos asuntos. No obstante, Ida y vuelta no se organiza siguiendo estos conjuntos temáticos al dedillo; existe una coherencia entre las piezas que potencia el diálogo con y entre las obras.
Este grado de libertad da lugar a algunas decisiones museográficas interesantes. Ejemplo de ello lo es la despedida in promptu que se materializa en la columna de maletas y cachivaches de la instalación de Víctor Vázquez, fuera de la sala que alberga la mayor parte de la exhibición. Coronada con un paraguas y un par de ollas, King of the Road evoca y exagera la preparación, tanto material como emotiva, de quien se aventura al exilio, a la exploración de un futuro incierto. En cierto modo, Vázquez sugiere la disposición reflexiva que exige Ida y vuelta, alerta al eco del fenómeno migratorio en el arte de Puerto Rico. La idea, en ocasiones dolorosa, de la ida como un comienzo se refuerza con Exit, colocada justo al lado de la única puerta de entrada de la galería. Esta pieza, de la autoría de José Ortiz Pagán, recrea, en hilo, la icónica tipología de los indicadores de salidas de emergencia, enmarcada en la silueta carmesí de la isla que se nos muere. Punto de partida y salida de la exhibición, Ortiz Pagán parece pedirnos que consideremos el efecto de la actual situación migratoria sobre la más pequeña de las Antillas Mayores.
Por otro lado, dentro de la sala, el elemento lúdico –un juego que se torna amargo– guía la primera parte del recorrido en la forma de varias instalaciones. La salida del país –el escape– es el objetivo de La bóveda, un juego de mesas sangriento, o un dominó azaroso. En esta ocasión, Ortiz Pagán busca a cuatro jugadores que se atrevan a lanzar los dados y a jugarse la suerte, mientras vadean el crimen, las drogas y la muerte –estos grandes cucos nativos–, para anotarse un vuelo fuera de la mesa, más allá de los bordes rojizos del tablón de juego. A continuación, La ruleta de la fortuna: El sueño americano, de Anaida Hernández, nos invita a darle un tirón a la rueda y atisbar el horizonte que nos depara la partida. El vínculo entre el juego y la suerte revela la precaria situación de los migrantes, cuya apuesta solo puede medirse en esperanzas. El uso de la ruleta, además, hace referencia a los archiconocidos programas de televisión –se me ocurre el desaparecido Sábado Gigante– en los que la suerte, ganar o perder, es la principal fuente de entretenimiento. Hernández utiliza este modelo de programación estadounidense para crear conciencia de la difícil situación del inmigrante frente a un sistema sociopolítico que a menudo es injusto, incierto y azaroso.
En el contexto puertorriqueño, la red simbólica de la migración tiene como estandarte el avión, la infame guagua aérea. Por ello, la metáfora del vuelo protagoniza la inquietante instalación de Marta Mabel Pérez, Hora de echar un pie. El montón de aviones de papel, arrinconado en dos montañas, representa dos alternativas, una decisión: irse o quedarse. La ironía consiste en que el avión sea de papel y que su vuelo sea corto, pues, lanzar el avión a uno de dos montículos es lo mismo que estrellarse contra el mar o contra la isla. Una crítica más subida de tono la realiza John Betancourt con su pieza La fuga. En esta impresión digital, el artista subraya el rol del mal manejo de la administración pública, representada por una imagen de El Capitolio, en la agudización del éxodo de puertorriqueños hacia los Estados Unidos. Mientras las siluetas de varios aviones surcan los cielos sobre una torre de control en la cúpula del edificio legislativo, este Capitolio-aeropuerto alberga, imaginamos, a los responsables, al menos en parte, de la crisis migratoria actual: la política partidista, los intereses corporativos y el ansia de lucro de altos funcionarios gubernamentales. El andamiaje de lo político frente a las vivencias individuales es el principal punto de tensión desarrollado en esta pieza.
En la coyuntura de lo público y lo privado, también se encuentra la serie Soy: un cuerpo tatuado, de Brenda Cruz. Los torsos desnudos y traslúcidos que recrea Cruz son los cuerpos intervenidos por la violencia de la economía, la política y la cultura. La resina con la cual modela el cuerpo femenino deja entrever las marcas impresas: visados, documentos de viaje, poemas, imágenes y hasta sombrillitas que evocan el Caribe. Estos objetos, según el parámetro social e institucional, imponen definiciones, y encasillan la carne y la conciencia, especialmente en el caso de las mujeres. Similar en denuncia, es la propuesta de Oh but you don’t look Puerto Rican, en la que Mónica Félix utiliza el formato de un calendario para ridiculizar los clichés que predominan en los medios estadounidenses sobre la mujer latina. Así, tanto Félix como Cruz hablan desde su otredad: su identidad de mujeres extranjeras en resistencia a un sistema político-cultural machista y xenófobo. Si se considera que la mujer, según recientes censos, es el segmento de la población que más ha migrado, el conjunto de piezas estremece.
La insatisfacción identitaria, nacional en este caso, intenta resolverse en Blueprints for a Nation, de ADÁL. Los objetos recogidos aluden a un país imaginado, la Spirit Republic of Puerto Rico, ideado en las ensoñaciones de la diáspora. La serie documental incluye misivas, mapas y hasta el modelo para un pasaporte boricua, dándole a la imaginación un peso material a través de la creación de herramientas que, para efectos de la realidad –o de papeleo gubernamental-, no tendrían validez. Sin embargo, su existencia en este plano abre la puerta a otras formas de relacionarnos políticamente, de otro Puerto Rico, una utopía en papel. Lo simbólico es, así, ancla para quienes, debido a los vaivenes de la fortuna, se alejan del vientre que puede sernos una isla perdida en el mar. ADÁL facilita un performance a partir de instrumentos que posibilitan pensar nuestra identidad, más allá de la geografía y más acá de la sensibilidad.
Puerto Rico está compuesto de partidas y regresos, de exilios impuestos por el azar y de llegadas rebosantes de espera. El saldo de esta herida se mide, según se quiera, en billetes de avión, o en el conteo de las millas que separan una isla de aquellos otros pedacitos de tierra que nombramos destinos. También, en el trauma de los aeropuertos, infligido a quienes, bajo la sombra atolondrada de esta isla, dejan el país y se suman a las cifras de familias a medias y nostalgias. Ida y vuelta es un recorrido que nos lleva por los vericuetos íntimos de la crisis actual, un inventario de idas, penas e introspecciones involuntarias. Mientras tanto, mi tía sigue preparando su arroz con gandules, por si su hija –o sus hermanos, sus sobrinos, los nietos que a veces llora– tocase a la puerta sin avisar. Pese a los pronósticos, su arroz sigue quedando igual de sabroso.
ABOUT "IDA Y VUELTA": EXPERIENCES OF MIGRATION IN CONTEMPORARY PUERTO RICAN ART
Over a decade ago, my father left Puerto Rico in order to prosper or suffer, however it is best understood. His brother, whom I have only seen on few occasions, had also moved to Florida long before him. That was where his sons grew up, cousins that, in comparison to a lifetime, I have scarcely shared a few days with. A few months ago, another one of my cousins, who recently graduated from Law School, also departed to Kentucky. Luckily for Tití (my aunt), she came back during Christmas season and returned to her new home with the promise to come back soon. I’ll admit that I have also bid farewell to these shores, even if it was only for a season.
Migration has left its mark on several Puerto Rican generations, be it directly or indirectly. Needing only some necessary updates, La Carreta (The Oxcart), our national drama, continues to stay relevant in the development of this messed up, eternal vessel we call home. However, the current circumstances, both nationally and globally, require us to review our perception of the diaspora and its ties with the island, the migration flows, the transnational identities, and to rethink our unstable residency on an island that is being deserted and belongs to us less and less. It is precisely some of these issues that are being underlined by the artists included in Ida y Vuelta: Experiences of Migration in Contemporary Puerto Rican Art, which is being presented at the Museum of History, Anthropology, and Art at the University of Puerto Rico, Rio Piedras campus until this Sunday, February 4th, 2018.
In an autoficcional manner, the 18 artists that form the collective explore with honesty and knack the various faces, ramifications, and consequences of the migration phenomenon in Puerto Rico. Ida y Vuelta, which includes works in various mediums (photography, installation, video, engraving, among others), was curated by the professor and art historian Laura Bravo. It belongs to an investigation that studies the way in which Puerto Rican artists address the reality of migration through their artistic practices. In addition, the project includes a catalog with essays on the subject and an analysis of the works involved, as well as interviews with the artists and other figures in the cultural field, some of which can be enjoyed by the end of the tour.
Furthermore, the exhibition includes as prelude a sample of the photography of Máximo Colón, a Puerto Rican artist. His collection of frames, which face Francisco Oller’s El velorio, is a testimony of the survival of Puerto Rican culture in the framework of 1970s New York. The contrast between the 26 photographs and Oller’s painting —a fixed work of art in the museum— is not only of formal nature, for it also encourages an implicit reflection of the Boricuan culture on the basis of different spatial-temporal contexts, in contrast with the immediate surroundings and the visitor’s personal circumstances. Even though Oller also experienced migration firsthand; his country, far from being the diaspora of New York or the Island that weighs on us, was different. The comparison between the different migration experiences, elicited at the beginning of the exhibition by the clash between Oller and Colón, positions the sample’s critical coordinates and notes how the recent exodus has announced the direction of our lives and of an entire country.
Under the umbrella of migration, Ida y Vuelta outlines several thematic focuses which allow the audience to appreciate the works on the basis of specific approaches. The rhetoric of the exhibition is organized around five main axes: the risk and turbulence of migration; the relation between politics, economy, and society; the gap between the physical space and that remembered; the traffic; and the identities that arise as a result of migration processes. These categories help structure an instructive exhibition which directs, without force, the attention of the spectators in relation to certain topics. Nevertheless, Ida y vuelta is not strictly organized according to these thematic clusters; there is coherence amongst the pieces which promotes dialogue with and amongst the works.
This degree of freedom leads to some interesting museography decisions. An example is the in promptu farewell, embodied by the pile of suitcases and gadgets which belong to Víctor Vázquez’s installation and is located outside of the room that accommodates most of the display. Crowned with a umbrella, King of the Road evokes and exaggerates the both material and emotional preparation of he who ventures into exile, to the exploration of an uncertain future. In a way, Vázquez insists on the reflective disposition required by Ida y Vuelta, drawing attention to the echo of the migratory phenomenon in the art of Puerto Rico. The sometimes painful idea of the departure as a fresh start is reinforced with Exit, which was placed right next to the only entrance of the gallery. This piece, by José Ortiz Pagán, uses thread to recreate the iconic typology of the emergency exists, framed by the crimson silhouette of our dying Island. Being a point of departure and exit of the exhibition, Ortiz Pagan seems be asking us to consider the effects of the current immigration situation on the smallest Island of the Greater Antilles.
On the other hand, inside of the room, the playful element —a game that turns sour— guides the first part of the tour in the form of various installations. The country’s exit -the escape- is La Bóveda’s (The Vault's) main goal: a bloody table game or a random domino. This time, Ortiz Pagán searches for four players who are willing to throw the dice and play their luck, while also dodging crime, drugs, and death, some of our biggest demons, in order to score a flight off the table beyond the reddish edges of the game board. And now, La Ruleta de la Fortuna: El Sueño Americano (The Wheel of Fortune: The American Dream) by Anaida Hernández, who invites us to spin the wheel and take a glimpse at the horizon that the departure brings. The link between the game and luck reveals the migrants’ precarious situation, whose stakes can only be measured in hopes. The roulette is also a reference to famous TV game shows —the vanished Sábado Gigante quickly comes to mind— in which luck, winning or losing, is the main source of entertainment. Hernández uses this American TV program as an example in order to raise awareness of the difficulties of an immigrant facing a sociopolitical system that is often unfair, uncertain, and risky.
In the Puerto Rican framework, the plane is often used to represent the symbolic network of migration. It is for this reason that the flight metaphor stars in Marta Mabel Pérez’s disturbing installation Hora de Echar un Pie (Time to Take Flight). A heap of paper airplanes is piled in two batches which represent two alternatives, one decision: to leave or to stay. The irony consists on the fact that the airplane is made out of paper and its flight is bound to be short. To throw a paper airplane into any of the stacks is the same as crashing into the sea or land. A harsher critique is produced by John Betancour’s piece titled La fuga (The Escape). In this digital print, the artist emphasizes the impact of poor management by public administration, represented by El Capitolio, in worsening the exodus of Puerto Ricans to the United States. While the silhouettes of several airplanes roam the skies over a control tower located in the dome of the legislative building, this Capitolio-Airport houses, lets imagine, those (partly) responsible for the current migratory crisis: partisan politics, corporate interests, and the desire to profit from senior government officials. The main point of stress which is developed in this framework is that of the political opposing individual life experiences.
Another work based on the political-public framework is Brenda Cruz’s series titled Soy: Un Cuerpo Tatuado (I Am: A Tattooed Body). The naked and translucent torsos that Cruz recreates are the bodies that have taken part in economic, political, and cultural violence. The resin used to shape the female body allows a glimpse of the printed marks: visas, travel documents, poems, images, and, including, small umbrellas that evoke the Caribbean. According to the social and institutional parameter, these objects impose meanings and limits the body and consciousness, especially in women. A similar complaint is present in Oh but you don't look Puerto Rican, in which Mónica Felix utilizes the format of a calendar to mock stereotypes of Latin women that prevail in North American media. Thus, both Felix and Cruz speak from their otherness: their identity as foreign women in resistance to a sexist and xenophobic politico-cultural system. When considering that according to recent censuses, women are the population group that has most migrated, the collection of the pieces is poignant.
The identity dissatisfaction, in this case national, tries to be resolved in Blueprints for a Nation by ADÁL. Its objects make reference to the Spirit Republic of Puerto Rico, an imaginary country devised in the reveries of the diaspora. The documentary series includes letters, maps, and even the model for a Puerto Rican passport, giving material weight to imagination through the creation of tools which, for all effects and purposes (or paperwork) would have no actual validity. However, it's existence at this level opens the door to new ways in which we can politically relate to another country, a utopia in paper. Thus, the symbolic is an anchor for those who, due to the oscillation of fortune, move away from the womb, which for us can be an island adrift in the sea. ADÁL eases a performance using instruments that allows us to think about our identity, beyond geography and closer to the heart.
Puerto Rico is composed of departures and returns, of randomly imposed exiles and arrivals brimming with expectation. The injury’s bargain is measured, as desired, in airline tickets, or in the miles that separate an island from those other little bits of land that we call our destinations. As well as in the trauma of the airports, inflicted on those who, under the reckless shade of this island, leave the country and add to the number of broken families and more longing. Ida y vuelta is a journey that takes us through the twists and turns of the current crisis, an inventory of departures, difficulties, and involuntary insights. Meanwhile, my aunt continues to prepare her arroz con gandules, just in case her daughter —or her brothers, her nephews, the grandkids she laments sometimes— knock on the door unannounced. Despite the odds, as my aunt clearly points out, her rice is just as delicious.
AUTOR
José Colón Laboy